La 26 edición del Premio de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña en Valladolid
© María Clauss
Más de siete mil imágenes procedentes de noventa y cuatro países se presentaron al premio, que reconoció a la española María Clauss por su trabajo ‘Donde no habite el olvido’ en el que usa la fotografía como “medio” para recuperar la memoria histórica de nuestro país. Así la autora pretende hacer visibles los espacios de represión, los represaliados y sus familiares directos, tras el comienzo de la guerra civil española en la provincia andaluza de Huelva.
Por otro lado, el jurado en la edición 26 concedió una mención especial a la mexicana Sáshenka Gutiérrez Valerio por su serie ‘Jódete cáncer’, en la que visibiliza, a través de Sandra Monroy, una superviviente de una doble mastectomía, las cicatrices de esta enfermedad, a la vez que cuestiona los estándares de belleza actuales y los cánones de la feminidad.
Los tres finalistas fueron: el fotógrafo español Santi Palacios por su trabajo ‘La masacre de Bucha’, en la que retrata los escenarios dantescos que se encontró la población tras la salida de las tropas rusas de esa ciudad ucraniana convertida en símbolo de las vulneraciones de los derechos humanos en ese conflicto armado. Palacios tuvo la oportunidad de presenciar el escenario el día después del abandono de las tropas rusas en el año 2021.
La segunda de las finalistas fue la artista armenia Nazik Armenkyan, autora de ‘Red, Black, White’, quien con su objetivo enfoca con gran maestría una realidad invisible: la de las mujeres rurales de su país con VIH, infectadas por sus maridos que pasan largos periodos en Rusia y doblemente víctimas, ya que debido a la tradición o religión no pueden hablar de lo que están viviendo.
El último finalista, Federico Ríos, presentó su trabajo ‘Migrantes atravesando el Tapón del Darién’. Más de medio millón de personas han cruzado la escarpada selva entre Colombia y Panamá conocida como la Brecha del Darién, casi veinte veces la media de hace unos años. Durante décadas, el Paso del Darién se consideraba tan peligroso que pocos se atrevían a cruzarlo. Desde 2010 hasta 2020, la media anual de cruces se situó justo por debajo de las 11.000 personas según las autoridades panameñas.